Una de las pocas cosas que quedan por hacer cuando viajas sin la compañía de un libro, es escuchar conversaciones ajenas.
Yo ya me había cansado de pensar estupideces y mirar el paisaje, asi que volqué mi atención a la charla de dos mujeres grandes. Al principio odié sus voces, que sonaban casi como si cantaran (mal) con un tono raro.
No se por qué, pero las charlas de mujeres suelen ser sober situaciones cotidianas... familia, hijos... hijos... chismes... hijos... como si hubieran nacido para encontrar a su "principe azul" y formar una familia con él (después de casarse de blanco, obviamente). La de ellas no; Pepita contaba sus ganas de empezar a estudiar magisterio. Rosita soñaba con empezar a construir mediante la alfabetización, otro mundo posible. Las hubiera escuchado hablar todo el día. Durante el viaje recordé esas odiosas conversaciones de quienes van a buscar sus hijos a la escuela. Odié el perfume de la rubia del asiento de adelante. Extendí mi mano a un veterano de Malvinas para agarrar una banderita argentina que no iba a comprar. Me distraje viendo las pintadas de la juventud socialista. Volví a odiar a la rubia hedionda. Miré la hora... como siempre, la impuntualidad viajaba conmigo. No importó. Bajé del tren pensando en Rosita y Pepita. Me fui feliz.
:)
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